martes, 3 de diciembre de 2013

Trato aberrante.


  "- ¡María, tráeme la maleta! 
Grita desaforado el hombre. Y María con la cabeza cacha y los hombros caídos va por ella.    
- ¡María, las he visto más listas y rápidas! 
Y la mujer cada vez sus movimientos más torpes provocados por su nerviosismo interno y el malhumor externo, cae la maleta al suelo. Al cogerla, no apreció que estaba abierta. Los folios, unos desparramados ya en el encerado, otros, en el suelo y, algunos, volando ingrávidos como la poca autoestima de la chica sin saber aún dónde ni cómo posarse. Entretanto, el hombre caminando con paso enérgico y a zancadas, se para a su lado.  
 - ¡Desde luego, además de insulsa, inepta!¡No sirves para nada, ni para traer una maleta! 
El tono de voz había ido in crescendo, sin embargo, mayor eran la hostilidad y agresividad de su mirada y gestos."

   ¿Puede ser que penséis que sea una escena cualquiera anticuada y superada en el tiempo?, no estaría yo tan segura. Es verdad que acaso menos asidua que antaño. Aunque, tampoco tan atrás en años transcurridos cómo pudiéramos creer. El caso es que me da igual porque con que tan sólo se haga realidad en un oscuro rincón perdido de un pueblo, villa o ciudad, y en una única ocasión, es suficientemente brutal y atroz como para rechazarla de lleno y de pleno derecho. Igualmente si se da de hombre a mujer como de mujer a hombre, de mayores a niños, de blancos a negros, de hetéreos a homo, de payos a gitanos o de cristianos a musulmanes, y todos ellos a la inversa. Son y es un simple ejemplo de que cualquier trato denigrante que parta de una distinción marginal y discriminatoria es por propia de definición y sentimiento aberrante. Contraria a la conciencia de mejora y evolución del ser humano. 

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