jueves, 4 de julio de 2013

El encuentro.

   En un lugar, no muy lejos de aquí, conocido por sus escarpadas montañas, sus verdes y extensos valles, vive una recién nacida. De sus ojos se desliza un manto de lágrimas que, al verter en tierra, en hermosas margaritas se transforma.  
   Envuelta en pañales, nadie hay para acunarla. Poco a poco, crece y transcurridos unos años es amiga de toda criatura viviente que la rodea. A menudo, retoza en la hierba, corre tras las bellas mariposas que de flor en flor revolotean, habla con los árboles y, muy de mañana, se levanta y peina en el agua cristalina que del río mana. 
   Un día, estando sentada, disfrutando del murmullo tintineante del agua, oyó un leve rumor entre los juncos. Era un sonido nuevo, como si se quebrara el viento. La pequeña se puso alerta. Pasado un momento, se silenció y creyó sería su pensamiento. Se dispuso a juguetear con las piedrecillas, dibujando ondas al lanzarlas al río y ... ¡puff!, otra vez ese sonido. Ahora más cercano y claramente percibido. Se dio media vuelta y sus pupilas advirtieron una diminuta presencia. No, un ser humano como ella, tampoco un animalillo, -¡¿qué era aquello?!-. No cesaba de mover una especie de protuberancia, parecida a una nariz, elevada entre sus cabellos. Si se le podían llamar así, pues se asemejaban a tirabuzones largos y espesos de algas sobre una cabeza tan grande como el resto del cuerpo. De modo que se trataba de una cabeza en unas piernas con dos enormes ojos, alegres y abiertos, y una graciosa boca. 
   El animalejo, o lo que fuera, la observaba tan sorprendido como ella. A los dos les embargaba una intensa curiosidad y un casi asustadizo respeto. La extraña criatura comenzó a rodearla sin dejar de mirarla. Enmudecida, la niña giraba sobre sí misma. En su respiración entrecortada, se mezclaban olores a hierba fresca y tierra mojada. 
   -No puede ser de aquí-, pensaba, -si viviera por estos parajes lo habría visto antes-. 
   -¡Hola!, se atrevió la pequeña a decir en un susurro. 
   -¡Mec, mec!, espetó el ser en lo que parecía un saludo. 
   -y, ¿ahora qué hago?-, mascullaba para sí Lena. Continuaron durante unos breves e intensos instantes mirándose. Los dos impávidos, atónitos y paralizados, tanteándose el uno al otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias, por comentar.