jueves, 7 de marzo de 2013

Viaje en Ave

   
   5.35h,                                                            
              suena....
                           suena, suena...
                                                  suena.....

Una canción de cuna en mi cabeza, tintíneos de acordes discordantes se quiebran en mi oreja. Arriba y abajo, abajo y arriba, duermo. Me muevo, remolonea mi cuerpo en la cama. Continúan las notas su martilleo, abro los ojos y despierto. Son las seis menos cuarto, hay que levantarse, hoy, viaje.

Llueve, ¿llorará mi madrugar?. 

En la cafetería, ese olor a churros y chocolate calientes muy de mañana, bebo mi café y me monto en el taxi. Son las siete menos cinco. 
   
   - Hola, a la estación, por favor.
   - Buenos días, enseguida.

Farolas encendidas, mudando el perfil de un edificio tras otro, llegamos al destino. 

   - Ya estamos, señora.
   - ¿cuánto es?
   - son seis con veinticinco, ¿desea ticket?
   - sí, gracias.

Controles, bolso y abrigo fuera. Coche siete, lo busco y subo al tren. Bien, poca gente, podré dormir al menos dos horas. A mi lado, un señor de cuarenta a cincuenta años, robusto; delante y detrás, los asientos ocupados; a la izquierda, otro hombre mayor con su portátil encendido y muy atareado. En total, somos unos catorce. Me satisface, me gratifica el sonido de la música ambiente, bajito y acompasado. Sonrío, definitivamente podré dormir; cierro los ojos, comienza el traqueteo del movimiento del tren.

   - Buenas, ¿auriculares?
   - No, gracias.

Intento de nuevo disponerme a descansar. Mi acompañante suspira, pienso, éste está igual que yo. Vuelve a suspirar y resopla, le miro, blackberry en mano, lee algo. Pues no, no está igual que yo, algún asunto le exaspera. Decido relajarme y entregarme al sueño. Mi asiento vibra, se mueve, se ha reclinado, más bien se ha tirado con fuerza hacia atrás, diría yo. Resopla otra vez, está enfadado. le suena el teléfono, no puede ser verdad, me inclino completamente hacia el otro lado. La conversación va por derroteros no agradables y el tono sube. Ahora, suspiro yo, respiro hondo, relájate, ya sabes que no vas a poder dormir más. El asiento tiembla, otro movimiento brusco, madre mía, cómo vaya donde esté con el que habla. 
Decido, entonces, distraerme, observo al señor del portátil, hoja excel, calculadora..., de pronto, guarda el pc, saca un bolígrafo y un cuaderno. Se dibuja una sonrisa en mi rostro, nueva y antigua tecnología, eso es. Acaba la discusión telefónica mi compañero de asiento, se levanta y me pide disculpas para pasar. Alzo la mirada al monitor del centro, ya cercanos a Pinto, adiós a mi posible sueño. Son pequeñas pinceladas de cómo aconteció el trayecto.

En la estación de Madrid, mi compañera, me recibe con una amplia sonrisa y brazos abiertos.

   - Hola, ¿qué tal el viaje?
   - Hola, no me hables de él, para no recordar. Vamos, ¿que tal tú?...

Me dejo envolver en su cálido abrazo, me olvido del tren y se renueva el día.


2 comentarios:

  1. Son muy críticas estas primeras horas matutinas. Yo aqui para ir a Madrid,en el autobus, suele ocurrir que todo el mundo quiere dormirse, pero siempre está el que tiene que hablar en voz alta, tocar el timbre de parada antes de tiempo. Es decir, que esto no pasa solo en el AVE.

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    1. Jaja, gajes de la convivencia social, sin duda.
      Gracias por pasarte y comentar, Alberto.

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