sábado, 9 de marzo de 2013

El hombre solo.


A media tarde, estamos una amiga y yo, tomando una cerveza y una tapa muy ocupadas en nuestra conversación cuando alguien nos interrumpe,-perdonen, puedo hacerles una pregunta-. Ambas le miramos, entre curiosas y sorprendidas, es un hombre, vestido aún con la ropa de trabajo, pantalón de pana beige y sudadera marrón/azul, salpicados de gotas de pintura y algo parecido al yeso.
-Sí, claro, diga usted.

Nos deja por unos minutos en ascuas, nos explica está solo, lleva un año viviendo en la zona y no conoce Málaga. Mi amiga y yo nos lanzamos una mirada rápida de complicidad. Es evidente que, no únicamente quiere preguntar, tiene ganas de charlar. Le escuchamos, intentando no darle pie a alargar el diálogo pero con delicadeza para no resultar antipáticas o antisociales. La verdad, es mi amiga quien le sigue porque, lo que soy yo, me desmarco como puedo, bebo, como un poco..., tal vez, ¿mala educación?, dudo; sin embargo, me estaba impacientando, había salido a echar el rato con Julia y no con él. Por fin, nos pregunta, 
- ¿hay un sitio aquí con muchos árboles, La Alameda, puede ser?

A lo que nosotras, asumiendo ya la situación, respondemos con un sí, corto y simple para que vaya al grano. Nos cuesta, no creáis, el continúa divagando su propia charla. La escena se convierte en surrealista, el hombre empeñado en hablar y nosotras haciendo el papelón. Logramos que nos diga lo que quiere y es, ¿cuánto se tarda desde el sitio dónde estamos a la Alameda?, -de veinte minutos a media hora-, respondemos, con la esperanza de que nos deje. Y, ufff, objetivo logrado, se marcha.

Comentamos la jugada, Julia opina, -hemos ligado- , y yo, - ¡sí, y lo que hemos ligado!-, reímos. Lo peor para mí es que nos encontramos en mi barrio y es posible que coincidamos más veces. Julia, asevera con un movimiento de cabeza y está de acuerdo conmigo, menuda gracia. -Bueno, no anticipemos circunstancias, ya veré como hago-, le digo, volvemos a reír. A esto que aparece uno de los camareros, - el señor del principio de la barra os ha invitado por haber sido tan amables y ayudarle-. ¡Oh, no, cielos!, pienso, ¡sigue ahí y ahora tendremos que agradecérselo!. Ojo, no es que sea desagradecida, temo en la descarada excusa para entablar de nuevo conversación. 

Imaginado y hecho, al rato, no mucho, por cierto, se acerca, le damos las gracias y vuelve a la carga. De unos diez a quince minutos contándonos un resumen penoso de su vida: se está separando, tiene una hija con la que sólo habla por teléfono, eso, sí, le pasa como buen padre la pensión, más de lo estipulado por el juez.... Las caras mía y de mi amiga, ya un poema, el ni cuenta o no se da por aludido. Pasado ese tiempo y como no le damos lugar a otra cosa, se va del bar.

Suspiramos, reímos y los camareros, en un guiño, también nos sonríen. Una tarde de quedada entre dos amigas, se convirtió en un encuentro con un hombre solo, muy solo. Y, en su soledad, nos pintó al lado, trató de dibujar el cuadro completo y quedárselo, -pobre, hombre-, habla, Julia. Le respondo, -pobre, hombre, pero, ¿es la soledad un estado mental o un estado real o, puede que, ambos?-. 

Acabamos hablando de distintas cuestiones y el hombre quedó sólo en nuestro recuerdo.

2 comentarios:

  1. Opino que la soledad puede ser ambas cosas. Tanto estado real como mental. Puedes estar rodeado de un montón de gente, que tu propia mente puede hacerte sentir solo y viceversa. Para mi la soledad será siempre según el color del cristal con que se mire. No tiene que ser mala, ni mucho menos tampoco buena. Es del color que yo en cada momento le quiera poner.

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  2. Date cuenta de tu propia respuesta:'puedes estar rodeado...que tu mente...todo depende de color con que se mira...'. Puede tener parte de real, pero supera lo mental. Es un estado de animo.

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