Paseo con Ron.
Me siento nostálgica.
Llevo desde mediados de mayo en mi pueblo, mi segunda vivienda, casa de mis padres en Antequera. Las causas son de salud, estoy bien, no son graves. Sí lo suficientemente engorrosas como para estar de baja. Osea, de esta no me muero, tendréis que aguantarme un poco más y continuaré dando guerra.
Mi día a día, exceptuando 3 semanas alternas que no me moví de casa, descansar, leer, ver televisión y, entre rato y rato, pasear con mi perro, Ron. Disfruto, cómo no puede ser de otra manera, de una vida en familia de mayor duración que hace no había gozado.
La cuestión o cuestiones son prioritariamente dos. Una, transcurridos ya dos meses, vuelven a renacer situaciones familiares olvidadas o empolvadas; segunda, los paseos y encuentros me retrotraen a un pasado que, en ocasiones, me cuesta reconocer como propio. Es sorprendente, intento bucear en mi memoria y, claro, recuerda, evoca sentimientos y emociones vividas. Sin embargo, me veo a través de un espejo similar al de un televisor. Cómo si se tratara de un personaje que fue, que fui y, de alguna forma, marchó. Es una película mía contada desde fuera y ahora la observo, un tanto, fría, un mucho, confusa. - ¿¡Soy yo, eres tu!?, sí. ¿¡Qué queda de aquella niña, aquella adolescente...!?-, se inicia el centrifugado en mi mente sin llegar a controlar por cuántos minutos.
Absorta en mis pensamientos, unos ladridos y una juguetona carrera de Ron me saca de ellos. Voy con él, en una de las caminatas por los jardines y el Paseo de la ciudad. Estamos a la entrada de la Negrita. Parque infantil con césped y arboleda muy cuidados, descanso de jóvenes y mayores. En el centro, casi al principio, la Negrita, una fuente circular con su estatua, una mujer con su toga y cántaros a la cintura da la bienvenida. Encargada desde que tengo uso de razón (seguro desde antes) de que nunca falte el agua. Ella es el símbolo, la prueba que explica el paso de los años, inmutable, siempre en su fuente. A pesar, de que cambiara de ser la aguadora de la discoteca y el bar de verano a la actual de jardines y parque de juegos para niños. La Negrita sigue ahí, vigilante, con el color que le da su nombre. Es la única que no varió nada, ni fuente, ni función, ni atuendo, ni sitio, ni posición, todo el derredor mutó, ella no. ¿¡ Y yo!?..., Ron me ladra, dejo de pensar y le lanzo la pelota.
Definitivamente, estoy nostálgica.
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