sábado, 27 de julio de 2013

La casa.

   Entristecida por la marcha de Melbiadec, se encamina hacia el recóndito y agradable rincón del bosque dónde se ubica su casa. Abstraída en sus propias pisadas, su mente no cesa un instante de cuestionar porqué ha sido tan descortés. Acaso, le había resultado antipática o, acaso, fea. Esta idea le impulsa a pararse delante de una charca y observar su imagen. Es menuda, pero esbelta; de ojos verdes y alegres, con expresión amable y dulce. Sobre los hombros cae una mata espesa, deslizándose suave como algodón, sus rizados cabellos. De color dorado brillan bajo el sol, el reflejo de sus rayos los muestra aún más hermosos. 
   - ¡Bah!, -se dijo-, es tonto, tampoco soy tan fea, además hasta hoy me lo he pasado muy bien sin él. 
   Inicia el camino hacia su casa. Le acompañan el cantar de las aves y el eco monótono de un búho. nunca le preocuparon los múltiples sonidos del bosque. Ella los descifraba a la perfección, sabía de dónde y de qué o quién procedían. No pudo evitar que su pensamiento volara y se posara de nuevo en el recuerdo del encuentro con el animalillo o lo que fuere. Por primera vez, había hallado a alguien con quien hablar en su lengua y que la entendiera. Desde el principio, le supuso una gran alegría y, de pronto, la perdió. Para colmo, sin saber el porqué. A sus ojos asoman lágrimas, -¡no!-, se gritó, -no voy a llorar, sigo teniendo todo lo bueno que tenía!-. Comienza a tatarear una cantarina melodía, siempre le ayudaba cuando se entristecía. 
   Sin apenas ser consciente, se encuentra frente al entramado de ramas y hojas verdes a modo de tejas, el enorme rectángulo que llama su casa. Dos inmensos árboles que crecieron, uno opuesto al otro, entre rocas con sus grandes troncos inclinados hacia adelante, arropándose el uno al otro. Sus ramas abiertas y entrelazadas se desparraman hasta el frondoso manto del suelo. El resultado final, la casa de Lena, un lugar maravilloso regalado por la siempre generosa naturaleza. 
   Dentro al ambiente cálido y cómodo, ningún otro sitio puede mejorarlo. Al fondo, juncos y paja acomodados en una especie de catre para reposar los sueños; en el centro, dos maderos gruesos debajo de otros cuatro simulan una mesa sin sillas, la hierba tan abundante era la mejor posadera. Incluso a Lena le gustaba más recostarse sobre el suelo y no en su creativa cama. No tenía luz, tampoco la necesita, durante el día, las horas de sol la iluminan y la luna la cobija de la penumbra de la noche. Lena, feliz, goza con las visitas de sus amigos, hormigas, grillos, luciérnagas y demás animales del campo.

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