Sentada frente a una estatua de dos enamorados abrazados y en posición de salto al vacío, mis pensamientos danzan alrededor de la nada. Son los enamorados de la famosa peña a la que dan su nombre, él cristiano, ella árabe. Hermosa historia de la que no sabemos qué de leyenda, qué de realidad. Ante la imposibilidad de su amor se lanzan y despeñan para vivirlo o no al infinito de lo desconocido. La cuentan los ancianos de mi ciudad y perdura en el tiempo viva, más que nunca, con su símbolo natural, esa peña desde la que al viento elevaron su último aliento, desde antaño Peña de los Enamorados o el Indio por su forma de cabeza reclinada al cobijo de la vega antequerana. Ahora tienen su propia escultura en la localidad con el marco incomparable al fondo de la plaza de toros, no sin antes mediar el arco de entrada de la puerta de Granada. Y mis pensamientos continuan bailando y mi pluma se para para saborear el momento.
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